Hay vida fuera de los libros










Sí, lo sé, llevo algunas semanas con esto bastante abandonado, aunque conste que no ha sido por falta de ganas... Más bien por exceso de trabajo (aunque sé que me lo vais a perdonar todo cuando empiece a anunciar los proyectos llegarán en breves). ¿Que por qué os cuento mi vida? Bueno, principalmente, porque me apetece. Pero hoy tengo una segunda excusa, y es que mi nivel de estrés y tareas pendientes en la pizarra -porque, sí, tengo una pizarra para organizarme- tienen bastante relación con el contenido de esta entrada.
 Damas, caballeros, hoy vengo a compartir con vosotros algo novedoso y sorprendente: los autores tenemos vida más allá de nuestros escritos.

A estas alturas os debo estar pareciendo muy hater, aunque tampoco van por ahí mis intenciones. Pero resulta que, hablando con unos amigos sobre rutinas de escritura, descubrí un sentimiento de culpa e impotencia generalizado por no poder dedicar a la escritura todo el tiempo que en teoría se le debe dar. Ahora bien, ¿quién ha establecido esas pautas? ¿De dónde ha salido esa creencia de que, si no dedicas X tiempo diario a la escritura, no debes considerarte escritor?
No sé dar una respuesta clara a estos interrogantes, pero tanto yo como toda la comunidad escritoril hemos visto cómo en redes se fomentan los horarios estrictos, la idea de dedicar un espacio de tiempo al día exclusivamente a la escritura. Y, en principio, esto está bastante bien para aprender a organizarte, pero... ¿Y los que no disponemos de ese tiempo?
 Voy a ser muy sincera respecto al tema: las personas que más prodigan y practican este tipo de organización son aquellas que, sin más vueltas, pueden permitírselo. Bien porque se dedican exclusivamente a estudiar, bien porque no tienen una vivienda propia de la que ocuparse, bien porque su situación económica y personal deja libre una franja más o menos grande para invertirla escribiendo. Ojo, no es algo que esté criticando. Pero tampoco me parece medio normal que intente extrapolarse ese ritmo de vida a personas con circunstancias completamente diferentes.
 Una vez leí por ahí, incluso, que el bloqueo escritor es solo una excusa, que simplemente tienes que sentarte frente al teclado y escupir palabras. No voy a mencionar a la persona que escribió (tampoco de forma literal, que mi memoria no da para tanto) estas palabras, pero no os creáis que se me van a caer los anillos si afirmo que tiene una hostia con toda la mano abierta.
 Picasso estuvo muy acertado al decir aquello de que la inspiración debe pillarte trabajando. Ahora bien, hay muchas personas que debemos priorizar, pues escribir no es nuestro único trabajo ni, por mucho que me duela decirlo, el más importante.

Voy a ponerme de ejemplo, porque por otras personas no puedo hablar. Aquí servidora, hace más o menos dos años, se ventiló una novela de más o menos 250 páginas en 4 meses. Sin embargo, con el proyecto que estoy corrigiendo actualmente llevo casi un año, y tardé casi 7 meses en poner punto final y corregir mi último poemario. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
Yo. Mi vida.
Cierto es que en ese período ya trabajaba por las tardes para pagarme la universidad pero, a pesar de todo, seguía viviendo en casa de mi madre y eso se nota quieras o no. Ahora hace ya unos meses que dije hola de manera definitiva a la vida adulta, estoy independizada y tengo que pluriemplearme para pagar mis gastos e intentar ahorrar para continuar los estudios. Sí es cierto que me gusta escribir, lo adoro, me siento bien con ello y por eso trato de buscar tiempo de debajo de las piedras. Pero también es cierto que, en ocasiones, lo que falta no es el tiempo, sino las fuerzas. A veces estoy tan cansada que prefiero aprovechar el viaje en autobús para dormir en lugar de ponerme a hilar versos, o llego tarde y tampoco puedo ponerme a ello mientras espero en la parada. En ocasiones necesito las noches para estudiar, o llego a tumbarme en la cama tras acabar la jornada y se me cierran los ojos en contra de mi voluntad. Otros días es la salud la que pisa el freno antes de preguntarme. O simplemente prefiero salir con mis amigas o pasar tiempo con mi pareja, cosas que también se vuelven lujos esporádicos.

En fin, que por H o por B al final me puedo tirar períodos de tiempo más o menos largos sin aporrear el teclado y entonces recibo la desagradable visita de mi vecina culpa, que siempre viene a soltar el sermón cuando menos falta hace. Si me permitís ahora un tono algo más serio, esto es horrible. La culpa nos mella el ánimo, nos saca la vitalidad como si se tratara de una garrapata gigante e invisible. No sé a quienes leáis esto, pero a mí más de una vez me ha dejado incapaz incluso de levantarme de la cama, iniciando así un círculo vicioso del que resulta complicado salir. Gracias al paso del tiempo y a la ayuda, he aprendido a lidiar mejor con la vecina pesada. Muchas veces solo necesito sentarme, respirar hondo y hacerme una pregunta: ¿por qué demonios me estoy sintiendo culpable?
 Últimamente se idealiza mucho la figura del escritor, y una de las causas de esto son esa parte de la comunidad de escritores que realmente pueden permitirse escribir sin más y creen que todo el mundo debe ser así. Que escribir ha de convertirse en algo inamovible en nuestro horario, por encima incluso del tiempo de ocio, las horas de sueño, nuestras aficiones, nuestra gente... Pues lo siento, pero no.
 No eres menos por pasarte varios meses seguidos sin escribir porque el trabajo te agota. No eres menos cuando te faltan horas, cuando la falta de continuidad trae consigo la temida página en blanco, ni cuando temes no volver a ser lo que fuiste durante esa época en la que sí podías permitirte teclear prácticamente cuando quisieras, sin tener que elegir entre eso o cualquier ámbito de tu vida. No eres menos por priorizar y darte cuenta de que la escritura no es lo más imprescindible en esta etapa de tu vida, aunque siga siendo una de las cosas más importantes. No lo eres.
 Y yo tampoco lo soy.
 Sí, me gusta escribir, intento establecer rutinas y ser constante porque me divierte mucho hacerlo.
 Pero el día que llegue cansada del trabajo, si no tengo nada urgente que atender, me tumbaré a dormir. Si debo elegir entre salir con mis amigas o darle al teclado y necesito tomar el aire, voy a ir a verlas. Si por cualquier motivo, el ánimo me falla y veo que las letras no hacen su papel como terapia, buscaré alguna otra distracción en vez de forzarme a crear por crear.
 Sinceramente, nunca he creído en el escribir porque sí, porque es nuestra obligación y tenemos que hacer un número de palabras diario tengan sentido o no. Por eso, muchas veces, la escritura no es mi prioridad aunque siempre la tenga en mi primer lote de opciones: porque necesito sentir lo que escribo. Y, si me pongo esas cadenas, sé que al final voy a perder la capacidad de sentir.

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