Mía




Mía. Eres mía.
Tu rabia, tus gritos.
Tu horrible agonía.

“Eres mía”, proclamas,
falsa hada madrina.
Dictadora, tirana
y cadena infinita.

Mía la sangre que lloras,
tan helada y vacía;
los cabellos que caen
como llama prendida.

Hoy tu eco me agota.
Me desgasta, me lima;
desintegra mis muros
y soy tuya otro día.

Soy prisión, carcelera,
soy tu líder y guía.
Soy vacío e infierno,
lo soy todo. Eres mía.

Ronco eco en la noche,
tan oscura y tan fría,
donde danzan los huesos
de la luna encendida.

¿Soy tuya? ¿Soy mía?
Junto al plato vacío
los relojes se agitan.

Eres mía, mi fiel presa
más allá de la comida.
Soy el rojo que se vierte
y resbala en tu cuchilla.

No te callas, se oye el llanto
de costuras que suspiran
por llevar mil cremalleras
sobre su tela tan lisa.

No te callas, y a tu son
rugen en cruel compañía
diez tambores que se ocultan
seguros tras las costillas.

No la pienses, niña dulce,
que desde el cristal me mira.
Nunca bailes a su ritmo,
no te creas sus mentiras.

Muñeca de pena y hueso,
pies danzantes que no giran
susurramos al silencio
tres palabras: hoy soy mía.

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